lunes, 3 de diciembre de 2007

ARTICULO REVISTA "OLE Y OLE": "ENRIQUE PONCE, LA MAESTRIA EN UNA FAENA HISTORICA"

Artículo sobre la faena del maestro Enrique Ponce, en la Feria del Señor de los Milagros de 2007, ante el toro "Artísta" de Bernaldo Quiros.


Por Jaime de Rivero B.

La plaza entera de pie le gritaba “Torero”, “Torero”, mientras paseaba las 2 orejas del toro de Bernaldo de Quirós, un manso con el que acababa de lograr una faena magistral, de las mejores que se hayan visto en la dos veces centenaria Acho. Enrique Ponce manda en esta fiesta desde hace 20 años, gracias a su dominio total sobre toda clase de toros como a su invariable regularidad. Nadie le ha podido igualar en todos estos años; tampoco en Lima, donde la afición ya le ha concedido el lugar preferente que compartieron Manzanares y “El Capea” durante los años setenta y ochenta.   

Por coincidencia o tal vez presagio, el toro se llamaba “Artista”. Era bajo, corto y ligero como suelen ser los toros del encaste saltillo. Aún así, unos cuantos despistados protestaron por su apariencia, ignorando que esas hechuras se ajustaban a las de su encaste. Desde que salió al ruedo, el animal mostró su condición de manso definitivo, alejándose de todo, merodeando las tablas y andando suelto y soso ante el llamado de los peones, quienes tuvieron que echar mano de recursos para fijarlo.   

La impaciencia ya colmaba los tendidos cuando el maestro tomó el percal para parar al toro donde fuera posible, siendo en los lances iniciales donde “Artista”, tímidamente revelaría la virtud de humillar con clase, muy abajo. 

Enrique Ponce debió ser uno de los pocos que la percibió y, quizás, el único que tuvo fe en ella.  Pero no sólo se requería fe, si no también mucha sabiduría, porque esta virtud remota se forjaba en una embestida muy incierta, de las que impiden completar las suertes y generan complicaciones en los toros. La solución se encontraba en ese talento que debía ser cultivado y desarrollado, para luego construir una faena hasta entonces, inimaginable e improbable.

A esta labor se consagró el maestro desde el inicio. Citó andando hacia atrás en todos los lances para estimular el interés del toro, desarrollar la fijeza y generar la confianza necesaria que lo haga repetir; a la vez, lo recibía adelante con el vuelo de su capote extendido, para llevarlo con mucho temple hasta el remate, atrás y a dos manos, enseñándole el largo camino que debía seguir su buena embestida. No hubo imposición ni lucimiento artístico, pero si una lidia inteligente, orientada a controlar y solucionar los problemas del manso.

Ante el picador, el animal acudió al relance, tomando una sola vara en la que empujó la cabalgadura sin emplearse del todo, para luego salir suelto hacia los medios reafirmando su escasa bravura. El matador no permitió más castigo y pidió  el cambio de tercio para no agotar las fuerzas del oponente.

Este planteamiento es propio de la tauromaquia de Enrique Ponce, en la que predomina la estrategia sobre el lucimiento estético. El no es un torero del primer tercio a pesar de su fino empaque; su repertorio es limitado, quizás cuatro o cinco suertes, y es muy moderado en los quites. Para él, los primeros tercios son de estudio y preparación, donde debe solucionar las dificultades de los toros. Sus largos capotes le sirven para controlar mejor las embestidas, a diferencia de los toreros “artistas” que prefieren capotes más pequeños. En su concepto, el toreo de capa no es un fin en si mismo, sino un medio, un instrumento de enseñanza y calibración supeditado al tercio final, en el que su prodigiosa muleta se apodera del toro como muy pocos lo han logrado jamás. Su arte  es la maestría de dominar con inteligencia y belleza.

Brindó en los medios cuando nadie lo esperaba y fue hacia el burel con la seguridad del que sabe. Inició la faena con series de doblones muy largos y templados, con la finalidad de extender al máximo sus embestidas, pero cuidando de rematar con suavidad para no quebrantarlo ni fustigarlo demasiado. El toro aceptó la propuesta y fue abandonando su defensivo comportamiento para entregarse a embestir, mientras el público comenzaba a disfrutar la transformación del toro por el maestro.   

Para evitar que el manso desarrolle querencias, el valenciano lo trasladó al extremo opuesto del ruedo, al pie de los tendidos de sol. Ahí realizó el toreo fundamental, por naturales  y  derechazos, llevándolo muy toreado, dándole tela hasta el final del viaje, sin separarle la muleta del hocico para sujetar la huida, y luego recoger la embestida para los pases siguientes. Las series fueron templadas, largas y profundas, lográndose más en cada una de ellas hasta torear con sentimiento y entrega, metiéndose al toro hacia adentro, codilleando y acompañándolo con el cuerpo para rematar en la cadera.

Una de las claves de la faena fue el temple con el que Enrique Ponce sometió la embestida del toro, hasta el punto de extraerle cualidades de bravura como la codicia y la repetición, que no mostraba en los tercios anteriores. El temple de Ponce es proverbial, pues le permite acompañar la embestida para luego tirar gradualmente hasta embobar al toro y convertirlo en un ente que sólo persigue la muleta. Aplicó el temple desde los primeros lances de capa, enseñándole a embestir para  enseñarle a embestir y luego exigirle progresivamente en sus acometidas, estructurando una faena completa y majestuosa. La suavidad y naturalidad de su toreo se impusieron sobre la desidia

Con el temple se forjaron las numerosas roblesinas y otros tantos circulares sucesivos que levantaron al público de sus asientos sin poder creer lo que veían. El temple también permitió la transmisión, aún cuando al final de algunas series el toro miraba o tendía a irse a tablas. 

Algunos aficionados han dicho que no hubo transmisión. Discrepo con ellos porque la transmisión se puede verificar casi objetivamente; está o no está presente. Bastaba ver al público de pie, vitoreando cada suerte en apoteosis para comprobar que la hubo. La transmisión contiene una cuota de peligro, pero también de estética, sabiduría, acometividad y otros componentes, sin que existan fórmulas ni medidas para alcanzarla. Es finalmente un estado de ánimo que prende en el sentimiento y se difunde en el corazón de la plaza, como ocurrió aquella tarde.

En alarde de valor y sabiduría, culminó su cátedra con unos doblones sensacionales con la rodilla en tierra, haciendo embestir muy despacio a un toro ya rajado y aplomado por el fragor de la lidia, para luego rematar con un pase de pecho largo y eterno ante el delirio de la plaza puesta en pie.

Cogió la espada y entró a matar en forma ejemplar, recto y por derecho, como se decía antiguamente, dejando una estocada corta, arriba y bien dirigida en el hoyo de las agujas. Los capotazos por alto hicieron los suyo, logrando con los derrotes profundizar el acero hasta envasar media espada, suficiente para hacerlo doblar. La afición en la plaza le otorgó las orejas, la puerta grande y todos los premios en juego.

Algunos han tratado de restarle valor a la faena, aduciendo que se mató de un pinchazo hondo. Aún cuando en realidad se trató de una estocada corta, la discusión deviene en irrelevante porque la ejecución de la suerte fue estupenda y la dirección de la espada perfecta. La suerte mayor se juzga por la ejecución, sin que resulte opacada por  defectos menores  en la ubicación del estoque, dado que también  intervienen factores aleatorios que determinan su posición.

Enrique Ponce fue el gran triunfador de esta feria. Esta faena, muy superior a la que le valió el rabo de “Halcón” en el 2000 y otras en ferias anteriores, ha sido un hito en la historia de la feria morada y una de las más memorables en los más de dos siglos que se llevan corriendo toros en Acho.

No obstante ello, unos días después y a espaldas de la afición, el Consejo Taurino con el alcalde del Rimac a la cabeza, declararon desierto el Escapulario de Oro. Esta infame decisión la justificaron en dos argumentos deplorables que no correspondían a la categoría de Acho ni a la de su trajinada afición.

El Consejo Taurino sostuvo que “Artista” no tuvo el trapio suficiente para ser lidiado en Acho, cuando ellos como autoridad dieron pase a la corrida y concedieron los apéndices. Consumados los hechos no es posible tachar a un toro por esa razón, menos castigar al torero triunfador. Así se arruina la reputación de la plaza, convirtiéndola en un circo en donde se actúa al antojo. Pero el mayor ridículo se hizo al señalar que  no se otorgó el Escapulario de Oro porque el toro fue manso. ¿Qué clase de conocimientos taurinos tienen estas personas para sostener tremendo disparate? El grado de bravura no es óbice para premiar la buena labor de un diestro en ninguna plaza del mundo. Grandes faenas se han hecho a bravos como a mansos, cada una con sus dificultades y méritos propios.

La incapacidad del Consejo Taurino fue tal que se tuvo que recurrir a un comité alterno para que ayude a tomar las decisiones. Además, sin necesidad alguna y a través de una nota de prensa, publicaron sus errados fundamentos, lo que fue percibido como la jactancia de la propia ignorancia. Estoy convencido que el silencio hubiera reducido en parte el enorme daño causado a nuestra Feria. 

El Consejo Taurino no puede estar integrado por quienes no conocen de toros ni por improvisados. El alcalde se equivocó al desaforar a las instituciones que participaban del anterior Consejo Taurino. Si se quería mayor representación de los aficionados, lo que es saludable, bien se pudo incrementar el número de integrantes del Consejo Taurino sin necesidad de desplazar a los anteriores que aportaban el conocimiento especializado. Al menos, no se habrían cometido tales barbaridades contra nuestra Feria.

jueves, 1 de noviembre de 2007

"EL ORIGEN DE LA TAUROMAQUIA" ARTICULO PUBLICADO EN LA REVISTA "OLE Y OLE"


Por Jaime de Rivero B.
 
La tauromaquia probablemente sea el arte más complejo y enigmático que subsiste en la actualidad. La corrida de toros es el rito que realiza uno de los mitos más interesantes de nuestra herencia hispánica, por el cual el hombre desafía auténticamente a la muerte, encarnada en la bravura del toro de lidia, creando un espectáculo único por su emoción y belleza, con el que se reivindica el valor supremo de la vida. 

La relación entre hombre y toro bravo se remonta al origen de los tiempos. La presencia singular y misteriosa del toro se encuentra en las culturas mediterráneas más antiguas, así como en aquellas surgidas en el Medio Oriente y el África, quedando registrada su magnifica estampa en las primeras manifestaciones del arte, las ceremonias religiosas, las guerras y muchas expresiones culturales que se conservan en la memoria de los pueblos.

El toro aparece en la iconografía antigua como la descubierta en la ciudadela turca de Catal Huyuk (7,000 a.C.). Para la civilización egipcia el toro y la vaca simbolizan la fecundidad y fertilidad de la población campesina; su culto fue vinculado al de los dioses y su alta relevancia comprobada en las ceremonias fúnebres. El Palacio de Minos en Creta, conserva imágenes de la ejecución del salto mortal en la testuz de un toro. En la Acrópolis de Tirynto un muro contiene frescos que también muestran el salto sobre un bóvido salvaje, escena que se repite en la vasija proveniente de la tumba de Vafio en el Peloponeso. El toro alcanzó grado mitológico con las leyendas sagradas del Rey Minos y del Rapto de Europa, que influyeron sobre el resto de la cultura griega.  Durante el Imperio Romano, los juegos del toro tuvieron trascendencia como diversión y objeto de culto, inclusive el emperador Julio Cesar alanceó toros, probablemente uros, como da cuenta en sus memorias reunidas en sus Comentarios de la Guerra de las Galias o Comentari de Bello Galico.

En Santander, la cueva de Altamira (11,000 a.C.) muestra la presencia del bisonte (animal similar al toro pero de menor bravura) en la temprana Iberia. La estela labrada de Clunía en Burgos, representa una escena de lucha taurina. Los Toros de Guisando en Ávila, esculpidos en granito, tuvieron un poder mágico para la protección de la especie, según la creencia popular. Muy cerca, en el sur de Francia, la cueva de Lascaux conserva imágenes del uro, animal procedente del oriente al que se le atribuye la paternidad del actual toro de lidia.

José María Moreiro ha recogido las teorías más relevantes que pretenden establecer el origen de la tauromaquia en las civilizaciones antiguas. La tesis romana se levanta sobre la gran difusión recreativa que tuvieron los juegos del toro durante el imperio y, sobre todo, su semejanza con algunas suertes taurómacas que se practicaron en siglos pasados.

La tesis árabe parte de la teoría, en verso y prosa, de Nicolás Fernández de Moratín que indica que los primeros en luchar con toros fueron los moros de Toledo, Córdoba y Sevilla; sin embargo, los vestigios primitivos y las leyendas populares prueban que la actividad taurina es anterior a la ocupación árabe.

La tesis española surge de los descubrimientos arqueológicos en la península ibérica y sostiene que el culto al toro se desarrolló libre de influencias externas. Muchos de quienes propugnan esta tesis también sostienen la continuidad de la raza bovina que habitó el territorio en tiempos remotos, para así consolidar el vínculo entre los vestigios prehistóricos y la actual corrida de toros.

En mi opinión, las tres explicaciones comparten el mismo defecto que les resta validez. Ninguna es capaz de explicar cabalmente la continuidad de la actividad taurina a través de la historia, entendida como la concatenación de sucesos conexos que debe existir entre aquellas manifestaciones arcaicas y la actual corrida de toros, que como tal, se conoce a partir de la Edad Media.

Tal vez, los estudiosos deban volver su mirada hacia el toro bravo y su evolución, principalmente, en aquellas épocas en las que poco se conoce de su relación con el hombre. Si bien no existen investigaciones que traten con profundidad la supervivencia del toro de lidia a través de la historia, si se conoce que las especies bravas derivadas del genero bos tauros primigenium, como el uro, que habitaron Europa y otras latitudes, fueron exterminadas de la faz de la tierra entre los siglos XIV y XVII, por constituir su depredadora fiereza, verdadera amenaza para la raza humana. Entonces ¿Por qué en España el toro de lidia subsistió mientras desaparecía del resto de Europa ?

Siguiendo la tesis del periodista José Alameda, el toreo moderno tal como lo conocemos hoy en día empieza a fraguarse en la Edad Media, a partir de las prácticas militares que realizaban los caballeros y los señores feudales. El contexto social fue la Guerra de Reconquista Española, iniciada en el s. VIII d.C. por los pueblos ibéricos para expulsar a los invasores árabes de la península y que tuvo una duración aproximada de ocho siglos. Esta guerra no fue una lucha continúa sino una sucesión de muchos enfrentamientos entre los cuales se sucedieron muchaas treguas. En estos recesos, que podían durar decenas de años, era imperativo mantener en forma a la caballería, principal fuerza de combate de la época.  

Durante las treguas de la Guerra de Reconquista Española se organizaron grandes torneos para la caballería, prevaleciendo el toro sobre otras especies como el lobo o el jabalí, por ser aquel mejor simulador bélico. La función militar del toro trajo dos consecuencias que serían decisivas para la aparición ulterior de las corridas de toro: Propició la gran concentración y crianza del toro bravo en la península ibérica, cuando era eliminado del resto de Europa; y, permitió la aparición de un grueso cuerpo pajes, chulos y demás hombres capacitados para asistir a los caballeros en sus torneos y entrenamientos, siempre bajo la sombra imponente de la cabalgadura. 

La expulsión de los árabes de la península a mediados del s. XV causó la decadencia irreversible de la caballería que en los siglos subsiguientes perdería su funcionalidad y privilegios. La colonización americana y las guerras de naturaleza religiosa emprendidas contra los galos, los protestantes y los turcos en el s. XVI, no impidieron la extinción de la nobleza montada, pues la condición y magnitud de estos conflictos no guardaba proporción con los sostenidos durante ocho siglos.

José Alameda sostiene que para ese entonces el toreo a la jineta se encontraba quebrado y las grandes cuadras de caballos arruinadas.  Sin embargo, el toro bravo, raíz de la fiesta, seguía ahí, plantado en el plexo solar de España. Y frente a él estaba el pueblo integrado por chulos y pajes preparados para la lidia.  Así, el pueblo llano y el toro van a hacer la fiesta. El toreo de a pie se convierte por obra popular en la nueva forma de la vida social del español.  De esta forma, la lidia de toros pierde su condición militar primigenia para formar parte de la vida festiva española.

Pero el toreo de a pie que surge en el siglo XVI difiere mucho al que hoy admiramos en la plaza. Por citar algunas diferencias, la lidia se practicaba en espacios públicos, la faena era ciertamente confusa pues no estaba organizada en tercios, gravitaba sobre la suerte de varas y no existía la muleta. Muchas son las suertes que gozaron de gran aceptación en aquella época y que luego se perdieron por falta de práctica y exigencia. A guisa de ejemplo, algunas de las suertes caídas en desuso son el despeño de toros, la suiza, la lanzada a pie, los salto al tras cuerno y a la garrocha, el uso de perros, el monta toro, el desjarrete y la media luna.

En este breve repaso evolutivo, el aporte del celebre matador Francisco Montes "Paquiro" es de suma trascendencia en la medida que su obra Tauromaquia Completa (1), publicada en 1836, constituye el primer intento coherente para ordenar la lidia, atribuyéndosele el diseño primitivo de la actual corrida de toros.  A partir de la publicación de la obra y con el aporte, principalmente, de Antonio Carmona "El Gordito", notable impulsor del tercio de banderillas, y de Francisco Arjona "Cúchares", a quien se le atribuye la paternidad del toreo de muleta que hoy gobierna en las plazas, el espectáculo ira organizándose, reglamentándose, hasta llegar a la actual corrida de toros.

En síntesis, el origen de la tauromaquia o arte de lidiar reses bravas, es auténticamente hispano y profundamente popular. Es una obra espontanea, colectiva y progresiva que el pueblo ha forjado a través del tiempo, dotándola de su espíritu y sus señales de identidad, que en buena medida son de los componentes más atractivos del hondo espectáculo que hoy tenemos.


---------------------------------

(1) Se presume que con su nombre apareció en el año 1836 la célebre Tauromaquia Completa, obra del crítico taurino Santos López Pelegrín, Abenámar, y que es considerada la más importante preceptiva taurina de todos los tiempos.